La literatura me convoca desde hace mucho tiempo, es un llamado casi inherente, incluso para sobrevivir; leer es una constante para mí cuando estoy en diversas etapas. Ahora mismo estoy leyendo sobre enfermedades por razones varias que en otro momento podré compartir, también estoy detrás de mujeres, si, de autoras, por varias razones. Todo esto lo digo por el libro que reseñamos esta semana en Historias Sin Spoilers, se trata de Fruta Podrida de Lina Meruane.
La novela Fruta Podrida fue concebida gracias al apoyo de la Beca Fundación Guggenheim en 2004, por la que luego obtuvo el Premio a Novela Inédita del 2006 a través del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes en Chile.
La historia comienza con el relato de un momento cotidiano en la vida de sus protagonistas: María y Zoila del Campo que viven en el poblado del campo chileno llamado Ojo Seco. Desde el principio se puede atisbar que se vive un momento complejo en la salud de Zoila que padece una enfermedad degenerativa y “La Mayor” María se aparece como el sustento de la casa con un trabajo en una empresa del sector frutícola.
Los temas que toca son variados: la estructura patriarcal que exprime, explota y no reconoce el trabajo como debería en el caso de María, experta en plagas, obsesiva, que produce para un trasnacional que dirige el Ingeniero y que no reconoce su esfuerzo. Está también el personaje del Enfermero que atiende a Zoila y a la misma María, y que juega el papel masculino aunque despersonalizado como los personajes varones, no necesitan un nombre, forman parte pero no esencial, y al mismo tiempo controlan y toman las decisiones, son guías indiscutibles, dan órdenes como el caso del Director al frente del hospital que designa el tratamiento y los pasos a seguir para intentar curar la enfermedad de Zoila, que tiene esperanza a través de un trasplante de páncreas, aunque difícil podría llegar a conseguirse con los avances médicos del extranjero que visitan a la enferma constantemente.
De manera evidente se aborda también el tema de la maternidad como un asunto de atadura y obligación, un lado interesante de concebirle. Al mismo tiempo se aborda el lazo de familia como este vínculo indestructible del que no puede zafarse nadie, te toca cuidar y proteger, en el caso de María a pesar, incluso del vínculo a medias o de asumir que Zoila tiene un padre, aunque en el extranjero y ausente, es una figura a la que se le brinda gratitud. Y en la cúspide de toda esta problemática tenemos a la enfermedad cómo el monstruo a vencer en la mirada de alguien que no quiere curarse, caminar hacia el suicidio de manera lenta y dolorosa, en el caso de Zoila.
La metáfora con la fruta que se pudre, desde la obsesión de María por mantener a raya las plagas y la mosca de la fruta que combate con mezclas de químicos específicos y del exceso de azúcar en Zoila, que se describe a sí misma, “Mi cuerpo es una fruta ya madura: pese a la delgadez que provoca mi extrema dulzura”.
Hasta el punto de quiebre de esta historia sin aparentes trasgresiones que marcará un cristalazo, metafóricamente hablando para las y los lectores que no les quiero contar porque serían ya demasiados spoilers.
Sin embargo, el cierre de esta historia rompe la estructura tradicional, como el libro en sí mismo, no hay un final tradicional, al contrario se nos presenta un monologo que nos recuerda que estamos ante una narración dónde ella es la otra y puede ser también una nueva que antes no era, es decir María es Zoila y al revés, y también puede ser una enfermera o una indigente que pide se le borre su identidad, esta polifonía de voces desarmonizadas nos dicen mucho, lo señalan en letras cursivas, nos dejan pensando y no podemos concluir mucho los destinos de todas ellas, las mujeres frutas de esta historia en este ciclo que es la vida.