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Un discurso o razonamiento generalmente pesado y sin sustancia dice la RAE que es la definición de Perorata, una palabra que en su sonoridad y cacofonía me aterra de por sí, creo que esto es lo que tomó en cuenta Luis Felipe Lomelí para lograr el efecto que articula con desmesura su libro de cuentos que lleva por título justamente ese, Perorata y que reseñamos esta semana.

Recuerdo los años que Luis Felipe estuvo viviendo en Colima, hace relativamente poco, que anduvo transitando por las calles de Comala y que se sumó a la organización de un Encuentro de Cuento un esfuerzo trascendente que como muchos proyectos en la cultura tuvo luces y sombras, y fue un momento que quedará en la memoria de nuestro estado. A partir de ahí supe de él y de su obra, y empecé a conocer más por Víctor Uribe que lo sumaba a su programa de radio sobre literatura, supe que era un jalisciense muy norteño que producto de su migración constante había asumido como propia una jerga plagada de regionalismos de aquellos compatriotas casi adheridos a la frontera. Con Indio Borrado experimenté pesadumbre y supe que leer a Luis Felipe siempre sería así, abrumador y que no seríamos los mismos después de los golpes de ficción que se parecen tanto a la cotidianeidad, pero también supe que sus descripciones y las metáforas que propone serían especiales.

Perorata ha tenido una buena recepción al obtener el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en 2017 y continúa haciéndonos sentir en la frontera, ahora ya no geográfica sino al límite de nuestra tolerancia a los fenómenos que azotan al país en la ya bien despreciada, mezquina y lamentablemente sangrienta Guerra contra el Narco.

La forma de abordar las historias es una clave para sumergirnos en Perorata, la inmersión en las descripciones detalladas y minuciosas que no quieren dar todo por sentado mientras avanzamos, entramos a tientas en los cuentos y de pronto las palabras confabulan para que sintamos un nudo en la garganta, un vacío en el estómago o para que simplemente el agua en los ojos nos nuble la vista y tengamos que secar con el antebrazo las lágrimas que no piden salir pero que se escaparon.

Porque estos cuentos son el antídoto para combatir nuestra ceguera colectiva, sirven para disipar las distracciones que este sistema podrido nos da, sirven para desentumir la indiferencia.

Comenzar con “Arandas” es una forma de garantizar que nos vamos a quedar para lo que viene, ese aire Rulfiano del cuento nos tendrá en vilo hasta el final mientras se combina con desgracias profundas, con ser parte de los daños colaterales de las historias invisibles, de los asesinatos impunes, de la estadística o ni siquiera de eso, con la muerte y la resiliencia para enfrentarla, un hombre que pierde a su compañera y es impedido para enterrarla por órdenes de los delincuentes que la asesinaron. Y apenas comenzamos a leer.

Vienen más historias que comparten características similares, son la voz de las víctimas, de los que estuvieron ahí y perdieron a alguien, la voz de los que viven con miedo y en la zozobra de no saber qué pasó, tanto buscan que se vuelven murmullos como en Verde era el color que era, que a merced del relato desgarrador su polifonía y musicalidad me conectó de alguna forma porque para quienes leemos las palabras, también nos interpretan melodías que imaginamos mientras experimentamos el dolor.

En la Nueva Era nos reflejamos con la precarización del empleo, de la distancia entre las familias que tienen que dejar el hogar y recorrer grandes distancias en busca de un salario, junto con las consecuencias de la corrupción y de esos grupos de altura que ajustan cuentas, pero no con los vencidos, sino con los que pretenden aprovecharse y tomar ventaja de su posición de poder, esta historia nos hace tener claras algunas referencias bíblicas que nos regresan a las nuevas escrituras.

Podríamos seguir profundizando en otros cuentos pero sin duda al igual que Arandas, historias como ¿Cuánto tarda un niño en atravesar la calle corriendo? Y las Nubes son los más entrañables porque ponen el dedo en la llaga de nuestras desgracias actuales y desbordadas. Los ajustes de cuentas, las víctimas inocentes, la infancia y la situación de las desaparecidas, las asesinadas que dejan familia, producto de una violencia normalizada y sin consecuencias para los asesinos, la justicia ausente que tanta rabia nos hace sentir, ¿Cuántas Gabrielitas huérfanas seguirán jugando con algodón mientras pregunta cuando vuelve su mamá? Luis Felipe nos hace recordarlo, tal vez para seguir callando y sintiendo que nos enferma por dentro o para gritar y salir a las calles, o para cerrar el libro y continuar con nuestras vidas, depende de cada quien.

El libro está a la venta en línea y próximamente será editado en físico por Abismos Casa Editorial.


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