Las personas cultivamos afectos, tenemos también preferencias por ciertas cosas que disfrutamos, es una cuestión de vínculos por sentir que pertenecemos, a veces queremos pensar que eso que gozamos va más allá del consumo desmedido, de la idea de poseer, yo particularmente he generado una creciente necesidad de acercarme a la poesía y prosa de Alejandra Pizarnik, la escritora argentina que nació en 1936 y que se suicidó en 1972, este dato ha sido lamentablemente célebre como pasa en nuestra sociedad y ha llegado a opacar su obra, parece algo común que aqueja a la condición de las mujeres, esto seguro nos ocupará en otras reflexiones y otros textos. El punto es que a quienes producen literatura también les ha interesado conectarse con Alejandra, como le sucedió a La muerte me da (en pleno sexo) novela (o trabajo experimental) de Cristina Rivera Garza a quien reseñamos esta semana.
Al ser una de mis escritoras a la que recurro en cualquier momento en reseñas anteriores hablamos de la trayectoria de esta académica mexicana, y de su novela Nadie me verá llorar, pero recordemos algunos datos de su biografía.
Cristina Rivera Garza nació en Matamoros, Tamaulipas en 1964 reside entre México y Estados Unidos, donde es directora del Máster en Bellas Artes en Escritura Creativa de la Universidad de California, San Diego.
Ha obtenido algunos galardones muy importantes a nivel nacional e internacional como el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2001 y 2009, así como el Premio Roger Callois en 2013, otorgado en Francia. Ha cultivado la novela, el cuento, la poesía, el ensayo, además de su trabajo como académica. Entre sus obras más destacadas encontramos a Nadie me verá llorar, La Muerte Me Da, Los Textos del Yo, entre otras.
Cristina juega con el lenguaje y lo desordena, yo pensaba que ella ponía a prueba a sus lectores, pero al final de cuentas siento que sólo es un juego para sí misma. Si los libros que leemos, como los juegos de mesa tuvieran grados de dificultad, en escala del 1 al 5 para mí La muerte me da (en pleno sexo) tendría un 4. Para empezar porque la autora es personaje, “Una mujer que se hace llamar Cristina Rivera Garza descubre el cadáver de un joven acompañado de unos versos de la poeta Alejandra Pizarnik” eso de entrada ya puede comenzar a volarnos la cabeza.
Luego comenzaremos a jugar con la Detective y su asistente Valerio, y con una pieza clave que al principio no encaja: la periodista de la nota roja (que sí estudio periodismo) algo que se enfatiza mientras la historia transcurre, una mujer que se nos presenta como débil, callada, pero curiosa e insistente, Anne Marie Bianco, nombre que parece podríamos olvidar fácilmente.
Ahora sí, la estructura para comprender el nivel de dificultad 4, estoy hablando para lectores comunes, no eruditos ni estudiosos de las letras, ocho partes que nos guían en la cronología de la historia con 97 pequeños capítulos, como golpecitos, la novela se desliza ante nosotros, no se siente, 97 nombres diferentes para cada situación que será descrita, luego palabras sueltas, la novela no tiene una estructura lineal pero sabemos de qué se habla, aunque muy fácilmente podríamos perdernos, otra vez les digo que se trata de un nivel cuatro de lectura.
Mientras tanto Cristina coopera con el caso y asesora a la Detective que no conoce mucho de literatura, pero que ha visto muchos crímenes, ninguno tan sangriento como la historia plantea, un asesino que busca víctimas jóvenes, varones a quienes no sólo les arrabata la vida, sino su miembro viril, después de castrarlos les deja unos versos de la Pizarnik como recuerdo, firma su crimen como si quisiera que le encontraran y opera casi siempre en las mismas calles, en un callejón solitario, los hombres peligran en las noches. La búsqueda de quien podría operar con tanta minuciosidad sin dejar rastros, pero al mismo tiempo con tantas ganas de ser encontrado empieza a inquietarnos.
En el prólogo Cristina habla de cómo dinamitó esta idea en su cabeza producto de la violencia y nos dice “Había cuerpos de mujeres por todos lados, cada vez más. Cuerpos sin vida. Cuerpos destrozados. Todos volteábamos la vista a Ciudad Juárez, en la frontera entre México y Estados Unidos, pero todos sabíamos de alguien que conocía a alguien que había perdido a alguien. Todos perdíamos. Todos seguimos perdiendo.” Y así es como surge el hilo conductor de esta novela ¿Y si toda esa violencia ocurriera en el cuerpo masculino?
Luego también en el prólogo Rivera Garza nos comparte lo que representó incluir a Alejandra Pizarnik usando a la prosa como el refugio que para ella representó este recurso y a la poesía como el límite, un peligro constante, nos dice. Podemos inferir que el suspenso y la alusión a la violencia la logran los versos que serán utilizados a lo largo de esta historia que no es lineal pero que si conduce a algún sitio hasta entonces desconocido.
En los primeros capítulos la Cristina personaje sale a correr por placer y de forma utilitaria, como una necesidad, como la escritura y se encuentra con un cadáver sin pene, cubierto de sangre y expuesto, como una ofrenda, y el primer verso de Alejandra Pizarnik: Cuídate de mí amor mío/cuídate de la silenciosa en el desierto/de la viajera con el vaso vacío/ y de la sombra de su sombra. La novela es muy descriptiva con detalles, sangre, muertos, autopsias, mutilaciones. Al mismo tiempo la descripción persigue la estética, eso fue lo único que no permitió que me horrorizara, pensar que alguien a quien tú tanto admiras se le puede relacionar en un thriller que quiere llegar a dar con el culpable, aunque de esto ya no podemos dar más detalles.
Leer esta novela puede despertar esta diversidad de opiniones, la invitación es estar dispuesto a entrar en el juego literario y en las referencias, la novela está editada por Tusquets, originalmente en 2007, para hacer la reseña consultamos la edición especial de 2016.