Será que conforme nuestra vida avanza recordamos un ambivalente bucle lo que fuimos y lo que finalmente elegimos, tal vez se trate sólo de unir la historia en una sola, porque eso también es parte de lo que nos construye. Escribimos entre la vida cotidiana que nos arrastra y nos da algunos destellos que no son de genialidad, la vida de familia y pareja, tener descendencia le restan atractivo a merced de la inagotable vida sin ataduras, pero si fusionamos ambos horizontes y jugamos con ellos obtenemos algo, supongo que eso sucede en Los Ingrávidos novela que reseñamos esta semana.
Los Ingrávidos se publicó por primera vez en 2011 es la primera novela de Valeria Luiselli nació en la ciudad de México el 16 de agosto de 1983. Es hija del diplomático Cassio Luiselli Fernández quien fue el primer embajador mexicano en Sudáfrica.
Es egresada de la facultad de filosofía y letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. En 2008 se estableció en la ciudad de Nueva York para estudiar un doctorado en literatura comparativa en la Universidad de Columbia.
Había incursionado en el ensayo con Papeles Falsos en 2010 y posterior a Los Ingrávidos vinieron La Historia de Mis Dientes en 2014 y en 2016 un ensayo sobre niños migrantes llamado Niños Perdidos, todos sus libros editados por Sexto Piso. Algunos críticos la consideran la nueva revelación de las letras latinoamericanas.
La novela comienza con dos voces que nos invitan a la polifonía, reconocemos que una madre de dos hijos nos cuenta sobre ellos y sobre su marido y su vida más o menos en orden, y a ella intentando escribir sin conseguirlo del todo, luego este relato alterna con sus años en Nueva York y su carrera como editora, los años de libertad sin responsabilidades, nos describe la historia con algunos amantes en turno y ciertas amistades significativas y aquí comienza la propuesta de dialogar con otros autores dentro de la historia y jugar con datos obsesivos sobre Gilberto Owen y su estadía en la misma ciudad durante los años 20.
Destacan las ocurrencias asociadas a su hijo el mediano, aunque siendo el más grande es un niño pequeño y por eso lo denominan así, la bebé, los gatos y un esposo guionista de cine que parece algo exhausto de la vida familiar. Y vamos de un lado a otro transportándonos al regresar a su vida desparpajada en el pasado, descubrimos que ella decide presentarle a su jefe la falsa traducción de unos poemas de Gilberto Owen, hecha, supuestamente, por Louis Zukofsky, que crea expectativas altas en su jefe nombrado como White que está a la caza de autores latinoamericanos no traducidos y que al principio no se encuentra muy entusiasmado con Gilberto Owen.
Además de Owen encontramos esta idea de interacción y monólogos que dijeron otros autores que pudieron estar en la misma época en Nueva York como Federico García Lorca y Ezra Pound, encontramos muchas notas sobre lo que Owen pudo haber dicho o hecho, son post-its que se nos presentan a lo largo del relato, lo que nos transmite que en efecto no se trata de fragmentos de realidades paralelas sino de un mismo continuo como nuestra historia misma.
Y al centrarnos en su vida de mamá y de esposa vemos que las crisis hacen sus apariciones, los derrumbes, el eterno desafío de ser mamá, profesionista, amante, amiga, cuidadora y todas las tareas asociadas a este rol. La casa puede que se venga abajo pero el niño mediano y la bebé siguen ahí con sus ocurrencias llenándolo todo y con esto no creo que se pretenda romantizar la idea de criar a la descendencia sino al contrario saber que nuestras vidas se construyen por todo esto, me parece pues un relato de ficción muy sincero y reconfortante.
La voz de Luiselli es poderosa y al mismo tiempo refrescante y su manera de narrar envuelve, en poco más de cien páginas nos deslizamos por las pasiones de la escritura, los autores consagrados, los abrazos maternales y las camas compartidas con extraños, la novela se nos escurre entre los ojos y cuando regresamos a la realidad ya terminamos de leer y se puede llegar a sentir un vacío que para mí se cura viendo a mi crío de cinco años, ustedes pueden hacer también este ejercicio, cerramos con un fragmento:
“Era muy fácil desaparecer. Muy fácil ponerse un abrigo rojo, apagar todas las luces, irse a otro lugar, no regresar a dormir a ningún lado. Nadie me esperaba en ninguna cama. Ahora sí.
Sé que cuando entre hoy al cuarto de los niños, la bebé percibirá mi olor y se estremecerá en su cuna, porque algún lugar secreto de su cuerpo le enseña desde ahora a reclamar parte de aquello que nos pertenece a las dos, aquellos que nos arrebatamos todos los días, los hilos que nos sostienen y nos separan. Le daré de comer.
Luego, cuando entre a mi cuarto, mi marido también reclamará su porción de mí y yo me entregaré al goce indefinido, abrupto sereno de su tacto.”