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La poesía es un género literario que traspasa las fronteras de la epidermis y suele erizarnos la piel, la poesía que se ha llegado a calificar como poco rentable, a veces poco valorada, otras tantas como un montón de palabras que riman o suenan bonito. Las referencias de poetas consagrados en nuestro país y el contexto latinoamericano son gigantescas, por fortuna: Octavio Paz, Jaime Sabines, Efraín Huerta, José Emilio Pacheco, Rosario Castellanos, Concha Urquiza, Pita Amor, entre muchos más que marcan una tradición e influencian el trabajo de las y los que vienen. A veces se conjuntan otras labores en el arte para hacer más completo el trabajo de quienes producen, de pronto los poemas son canciones, son música, son Monocordio o Fernando Rivera Calderón, esta semana reseñamos el primer poemario de este destacado juglar.

Fernando Rivera Calderón nació en la ciudad de México en 1972, personaje multifacético que ha incursionado en la radio como conductor, con el programa “El Hueso” en el que colaboró por más de 10 años, es músico su proyecto Monocordio es lo que él denomina su alter ego musical, ha incursionado en el periodismo, donde el legendario cronista deportivo Fernando Marcos lo descubrió escribiendo un poema en la redacción de deportes del periódico en que trabajaban y le dijo “Tal vez usted no sepa nada de deportes, pero es un poeta. Desde entonces ha escrito además de poemas, crónicas de lucha libre, argumentos para historietas, entrevistas, reseñas de teatro y música, reportajes, columnas políticas, horóscopos, guiones de radio y televisión, canciones de amor, parodias y espectáculos de cabaret. Conduce el programa cultural “La Hora Elástica” que se transmite por Tv Unam.

Llegamos tarde a todo es un compendio con una diversidad de temas que mantienen un hilo conductor que les define, por un lado una crítica social con tintes de sátira y humor que caracterizan a Fernando y por otro la sensibilidad personal y los temas de los que no podemos huir sin pasar por lugares comunes cuando se trata de (ya lo veían venir) sí, el amor y el desamor, poemitas de rompe y rasga que no lo parecen tanto cuando se plantean de una forma creativa y vivencial.

Fernando es un tejedor de la palabra, un artesano que nos regala destellos que parecen fáciles de lograr, como si hubieran sido escritos de un tirón, pero al mismo tiempo algo se encaja como una espina cuando le posamos la vista a su obra, es cautivante que el sentido de esos Electrodomésticos, por ejemplo, pierdan su toque neoliberal de consumo y adquieran un valor sentimental, estético en la manera en la que se describen y así captamos el mensaje sobre un refrigerador que nos demuestra quién se echa a perder o que la licuadora tiene muchas funciones exuberantes que nos emocionan entre ablandar, extraer y cambiar, porque es así como atractivamente se nos presentan.

En los Haikús de un viejo payaso oriental que más que mantener el estilo de género poético de origen japonés nos encontramos con aforismos muy jocosos que nos sacan algunas sonrisas o hasta carcajadas entre epitafios, referencias musicales y literarias, deseos, aludiendo por ejemplo a un Bolero Comunista diciendo Mao Tse-Tung pero yo no dejo de pensar…

Y un cierre con un trabajo impresionante que tiene por inspiración a Juan Gabriel este cantante y compositor tan entrañable al que de tanto extrañar han querido hasta revivir en recientes fechas, pero que Fernando se encarga de mantener sino vivo por lo menos el imaginario colectivo de la admiración con referencias a anécdotas y valiéndose de estrofas de canciones icónicas como referencia del homenaje a Alberto Aguilera Valadez.

Comencé describiendo las tres últimas partes del poemario, pero me faltó comenzar por el principio tal vez lo estaba reservando como plato fuerte especialmente para dos poemas, el primero que da título al libro, Llegamos tarde a todo nos da una excelente bienvenida al universo de Rivera Calderón, estas características que mencionamos antes: sátira y humor, con un tinte de realidad, nos acompañan en este texto cadencioso que podemos sentirlo cantar en nuestro interior, esa lectura que nos hace sonreír ante la mirada extrañada de los que nos rodean en los cafés, en las salas de espera, en la fila del banco, mientras que avanzamos y la sonrisa se borra para dejarnos un ligero vacío y tal vez muchas preguntas.

El segundo poema que destaca por su manera de ser construido se hace llamar El hubiera, que iba a ser un poema de amor y que de nuevo nos lleva bailando, siguiendo toda una historia que es y que ya no, como tantas veces hemos visto o nos ha pasado, tal vez tiene que ver que para mí destaque tanto simplemente como un ejercicio de proyección, en el fondo todos hemos sentido que pudimos haber escrito el poema más meloso de amor pero que al final no llega a cristalizarse cuando el corazón se nos rompe y sólo queremos pensar en lo que pudo haber sido.

Claro que en este apartado hay otros poemas que no tienen desperdicio como Pérdida Total, Houston tuvimos un problema, Advertencia final y El mal del olvido. Hay que acercarse a este trabajo que cabe destacar cuenta con el diseño y las imágenes que caracterizan a Alejandro Magallanes con una atractiva portada con la que también podemos jugar, está editado por Almadía. Cerramos con un fragmento:

El mal del olvido

“El olvido es la sobrevivencia”, decía Sabines.

Pero a cambio

de dejarnos vivir

nos vuelve huecos.

Se queda la memoria de las noches

y los besos.

Termina siendo

un acto reflejo

que se lleva

todo aquello

que nos duele.

Pero el dolor

se parece tanto al amor,

que el olvido no distingue

y devora todo.

Y, de pronto,

uno despierta

sin saber cómo

ha llegado ahí.

Sin comprender

esa mirada triste

que sale del espejo

ni esas marcas invisibles en el alma.

Y en esa angustia de no poder recordar

ni rostros ni rastros ni restos, uno es el olvido

y no recuerda ni siquiera que un día va a morir.


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