Una manifestación sonora a veces poco comprendida que desaparece incluso de algunos libros que describen los géneros y formatos radiofónicos. Radio arte, paisajes sonoros, experimentación sonora, arte sonoro, todos abonan, independientemente del nombre, a la creatividad e imaginación, al juego entre lo objetivo y aparente ilegibilidad.
Con sus antecedentes en el radiodrama, el radioarte se abre camino cerca de 1920 cuando las radios públicas alemanas e inglesas transmitían sus primeras radionovelas; en Londres en 1923 la British Broadcasting Corporation (BBC) emite los primeros radiogramas basados en la obra de William Shakespeare (Asociación Mundial de Radios Comunitarias – América Latina y Caribe, 2017) y sería hasta un año después en que se contempla, según Lidia Camacho, comunicóloga e investigadora, la primera pieza artística en este rubro debido a sus vestimentas y decorados sonoros.
El llamado radioarte, es la realización original, lo auténticamente nuevo, la realidad y la fantasía presentadas en forma diferente, es el punto de vista que nos comparte LEAR, laboratorio experimental de arte sonoro de la Escuela de Comunicación de Buenos Aires. En un vaivén entre lo claramente definido y los significantes, este género radial exige entonces una apertura del oído similar a la que tenemos cuando, generalmente de manera neutral, acudimos dispuestos a apreciar una muestra de artes plásticas, formas abstractas y colores extraños mezclados por alguien que ha tenido un panorama diferente de su entorno. Así es el radioarte, concentrados sonoros de realidades.
Como un contenido denso que suele ser, éste género también tiene sus complicaciones y es que hemos dicho que tiene la tendencia a ser evitado, subestimado u olvidado. Uno de los obstáculos parece ser que se requiere de una escucha diferente o, sencíllamente una escucha. Y que esa escucha ha de entrenarse del mismo modo que uno ha de estar habituado a las convenciones narrativas del cine nos dice José Iges, artista sonoro y Doctor en Ciencias de la Información. Entonces, ¿quiénes y cuántos esperan escuchar tal propuesta en el cuadrante comercialmente saturado? Quienes estamos dentras de la señal radial tenemos también la obligación de mostrar y facilitar todos los contenidos que el medio tiene a su alcance, explorar, desmitificar y en el mejor de los casos, formar audiencias.
Algunas líneas del radioarte, así considerado por su servidor, son los paisajes sonoros. Un tema consolidado y en crecimiento gracias al énfasis en que han hecho algunos países sobre su acervo sonoro. De esto, surgen propuestas variadas alrededor del mundo que vale pues explorar y que aquí y en publicaciones futuras describiré unas cuántas, no por ello, las únicas.
En Valparaíso, Chile, hace algunos años (2007) se fundó el proyecto Tsonami, una plataforma dedicada al fomento y difusión de las distintas prácticas sonoras contemporáneas, entre ellas el paisaje sonoro. Tal ha sido su crecimiento que a la fecha llevan algunas ediciones del Festival Internacional de Arte Sonoro Tsonami, enfocado en promover las prácticas citadas a través de conciertos, talleres y exposiciones, además, ofrecen en su sitio de internet, el enlace de una “cartografía sonora” colaborativa latinoamericana, que ha ido en crecimiento y se puede consultar desde el enlace en tsonami.cl además de contribuir de manera directa con el proyecto. Recientemente encontré el proyecto CITIES AND MEMORY sobre el que abordaremos más adelante.
En nuestro país, la iniciativa llamada “archivo sonoro”, representa un acervo también colaborativo, de lo que puede ser un retrato construido de diferentes regiones mexicanas, así como audios únicos que representan fragmentos de la historia.
Así pues, reitero la necesidad de retomar acciones que faciliten a las audiencias, los y las radioescuchas, conocer y explorar otra oferta que despierte los oídos, las vivencias, texturas y tiempos en los que la radio, tiene y debe mucho que hacer.